El lunes hicimos un reconocimiento del hotel y sus alrededores. Jugamos al minigolf, caminamos por la orilla del mar -no tengo el coraje de llamarla playa-, y por la tarde viendo que no había mucho más por hacer en las cercanías decidimos que al otro día iríamos a la ciudad de Rodas.
El martes nos levantamos bien temprano, desayunamos, retiramos la viandita que nos habían preparado en el restaurant del hotel (sí! existía ese servicio) y nos tomamos el colectivo hacia Rodas a las 8h00.
Llegamos una hora y media más tarde. Normalmente es sólo una hora de ruta, pero se hizo más largo porque era un colectivo que entraba en todos los pueblos que cruzaba. Igual estaba bueno porque íbamos viendo si valía la pena visitarlos.
Rodas es una ciudad que, como la mayoría de las más antiguas de Europa, tiene una parte moderna que encierra a la otra que data del medioevo. Por supuesto, la más interesante es la vieja Rodas cuya muralla aumeta aún más su encanto (fotos 1, 2 y 10).
Por sus callejuelas, que a pesar de su escaso ancho no impide el paso de vehículos, podemos encotrar restos de iglesias (foto 4) y frescos que datan de la época bizantina (foto 3), arcadas que comunican los frentes de un lado a otro de la calle y una torre abandonada (fotos 7 y 8) desde donde pudimos tener una vista panorámica.
También hay rastros del imperio Otomano, como el grabado en árabe en el parante de madera de la foto que sigue.
Como dato anecdótico quiero destacar que a pesar de tratarse de un ciudad con mucha afluencia turística sus habitantes no sólo no se preocupan por cerrar la puerta de sus casas con llave sino que, en algunos casos, incluso la dejan abierta. Nosotros vimos unas cuantas casas así sin divisar a nadie en el interior, aunque seguramente habría alguien más adentro.
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